Se termina la época decembrina de 1996 y tengo nueve años.
Soy del occidente y a pesar de lo centralizado que es el país, la distancia hace que lo que ocurre en el centro se sienta foráneo. Desde pequeño los aviones y todo lo relacionado con la aviación es lo que encuentro más interesante. Se que contamos con una aerolínea bandera digna de admirar y reconocida en el mundo, pero esta está basada en la capital y solo hace apariciones muy esporádicas en mi ciudad. Cuando viajamos a la capital a visitar familia trato de absorber todo lo que puedo sobre nuestra exótica y elusiva aerolínea bandera. ¿Cuántos aviones tienen? ¿Qué tipos de aviones vuelan – aparte de su buque insignia el DC-10? Al extremo oeste se ven varias colas aranjadas, DC-10 y 727-200.
En esta temporada de principio de año, que generalmente se caracteriza por el optimismo que sigue a las fiestas decembrinas y acompaña el comienzo de un nuevo año lleno de oportunidades, tengo la dicha de que la radio habla mucho de nuestra aerolínea bandera. La información esta vez viene a mí en el occidente. Sin embargo, el optimismo del año nuevo se rompe al rápidamente darme cuenta de que no son buenas noticias. Una crisis más. Nada nuevo, pienso yo, el país vive lleno de crises desde que tengo uso de razón.
Nuestra siguiente visita a la capital ocurre poco después. Quizás para carnavales del 1997, no recuerdo. El caso es que esta vez no tengo que tratar de alcanzar a ver las colas anaranjadas al extremo oeste. Están ahí, asomadas sobre el muro, arrumadas en la zona de hangares a pocos metros de la autopista que transitamos. Esta crisis no se superó.
Aun no terminaba de adquirir toda la información que necesitaba sobre nuestra aerolínea bandera. Todavía quedaban muchos enigmas. Nunca pude volar en uno de sus aviones. Ahora, ¿quién nos representa en el mundo? Cosa mala.
A pesar de todo lo amargo que rodea los últimos años de Viasa, su cierre, y lo posterior, me gustaría invitar a los lectores de esta nota a recordar con gratitud los lindos recuerdos, los horizontes abiertos, y todas las otras cosas buenas que nuestra gran aerolínea bandera nos dejó. Y por sobretodo hay que tener presente que, si Viasa fue nuestro destello más brillante, el oro aun está en nosotros, solo hay que pulirlo.
Gracias Viasita.
Saludos,
Jorge A. Zajia
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